El científico británico Richard Peto, una autoridad mundial en el estudio del consumo de tabaco, utiliza un ejemplo para explicar los riesgos que asumen los fumadores. Coge una moneda, la tira al aire y la recoge con la palma de la mano. Cara o cruz: ese es el riesgo que tienen los fumadores habituales de morir a causa del tabaco, (50%). Así de sencillo y contundente.
Estos datos son el resultado de un estudio de seguimiento realizado a lo largo de 40 años entre varones británicos fumadores y refleja que 1 de cada 2 fumadores regulares de cigarrillos morirá a causa del tabaco. En España, se calcula que, como consecuencia del tabaco, se producen más de 55.600 muertes anuales.
El consumo de cigarrillos es el principal problema de salud pública en los países occidentales desarrollados, entre los que nos situamos, siendo además la mayor causa prevenible de enfermedad y muerte.
También sabemos que dejar de fumar produce importantes e inmediatos beneficios para la salud de los hombres y de las mujeres de todas las edades, tanto si padecen o no enfermedades relacionadas con el tabaco. Dejar de fumar disminuye el riesgo de cáncer de pulmón, otros cánceres, infarto de miocardio, trombosis cerebral y problemas respiratorios.
Los costes humanos, sanitarios, sociales y económicos del consumo de tabaco y de la exposición al humo son conocidos por todos, pero en nuestro país se sigue aceptando socialmente el consumo de tabaco: fumar sigue estando bien visto por la sociedad. Los últimos datos estadísticos mostraban que el 34,4% de la población adulta española fuma (Encuesta Nacional Salud España ENSE, 2001), con una tendencia clara a que el consumo descienda en varones y aumente en mujeres.
Fumar es una adicción, una conducta aprendida y una dependencia social. Una visión completa del problema del tabaquismo puede ayudarnos a comprender definitivamente por qué fuman las personas.
La nicotina, presente en el tabaco, es una sustancia química potente que produce placer, aumenta la atención, disminuye el hambre, mejora el estado de ánimo y calma los síntomas de abstinencia de la nicotina. Además, puede actuar como estimulante y relajante.
La nicotina llega en 7 segundos desde los pulmones al cerebro y se une a distintas zonas cerebrales. Un fumador promedio repite este proceso unas 200 veces cada día (73.000 caladas al año) y esto le conduce a la adicción al tabaco. Entre las evidencias que demuestran que fumar es una dependencia están que más del 90% de los fumadores fuman diariamente, que los síntomas de abstinencia al tabaco se calman cuando se administra nicotina, y que existe dificultad para su abandono con recaídas frecuentes.
La mayoría de las personas empieza a fumar antes de los 20 años. Poco a poco, las situaciones en que habitualmente se fuma se van asociando con los efectos reforzadores de la nicotina. Beber café, descansar en medio del trabajo o salir con los amigos son situaciones que se asocian a un cigarrillo, y dificultan mucho que el fumador abandone su adicción. El condicionamiento que se produce en semejante contexto es una de las causas más importantes de recaídas.
Otros factores asociados a un cigarrillo son el entorno social y muchos momentos claves de la vida en nuestra sociedad: bodas, bautizos, o cualquier tipo de celebraciones sociales, incluidas las deportivas. Fumar sigue siendo un símbolo de iniciación a la vida adulta y un elemento de identificación con el grupo. Por otra parte, también influyen aspectos de la personalidad, como la rebeldía, la tendencia al riesgo o la inestabilidad afectiva. Del mismo modo también es importante el papel simbólico que en ocasiones tiene el hábito de fumar, ya que para muchos adolescentes y preadolescentes fumar es "propio de los adultos", sofisticado, o confiere atractivo personal.
Como en otras enfermedades, las mejores estrategias para afrontar el problema son las de prevención y control, que deben abarcar dos aspectos: uno de abordaje social - disminuyendo la presión social para fumar - y otro de apoyo a la deshabituación de la adicción al tabaco. El primero se logra mediante políticas de espacios libres de humo del tabaco, libres de publicidad, y controlando la promoción de la conducta de fumar, que se lleva a cabo desde la publicidad. También es importante que se lleve a cabo un despliegue de medidas que aseguren una protección real de los menores frente al acceso al tabaco, junto al establecimiento de una política fiscal que refuerce la prevención. El segundo debe facilitar ayuda efectiva a las personas para que logren dejar de fumar minimizando el riesgo de recaída, con apoyo terapéutico que no se limite a intervenciones farmacológicas, sino también psicosociales.
El consumo de cigarrillos es un problema fundamentalmente social, cuya solución exige un abordaje global, que debe ser planteado desde el marco político. Ya en 1981 Sir George Young, Ministro de Salud del Reino Unido, señaló que “la solución al tabaquismo no se encontrará en los laboratorios de investigación, ni en los quirófanos de los hospitales, sino en los parlamentos de las naciones democráticas”.
La prevención y el control de la epidemia del tabaquismo pasan por la concienciación y el compromiso social de todos. Sólo así conseguiremos que cambie la percepción que tiene nuestra sociedad sobre el consumo del tabaco y alcanzar una mejor salud para todos.
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